6 jun 2018

Jurassic World (2015)


Entretenida secuela del clásico y comienzo más que digno de una nueva trilogía. Éxito de taquilla y a la vez muy vapuleada por la crítica.

Sinopsis: 22 años después de los eventos ocurridos en Jurassic Park, la Isla Nublar se prepara para recibir a los visitantes de Jurassic World, el parque temático de dinosaurios que originalmente había sido diseñado por John Hammond. El parque trae toda una serie de eventos: shows acuáticos, carreras y más. Hasta que un experimento biológico sale mal.


Este jueves se estrena Jurassic World: Fallen Kingdom (2018) y muchas reseñas la señalan como una muy buena secuela. Me pareció momento ideal para rememorar lo que fue el reinicio de la saga.
Año 
2015: recuerdo ir al cine sin expectativas y salir de la sala satisfecho, habiendo disfrutado durante 2 horas de una aventura "como las de antes". Volví a ver Jurassic World un par de veces para intentar comprender el fenómeno: fue éxito de taquilla y, a la vez, muy vapuleada por la crítica e incluso ninguneada injustamente por ciertos seguidores de la saga.

Hablar de franquicias es divertido, especialmente porque hablamos de la expansión de un universo ficcional. En este caso el de Jurassic Park (1993), hoy ya consagrada como un clásico: guión de Michael Crichton, dirección de Steven Spielberg, el trabajo de Industrial Light & Magic en CGI -que en aquel entonces fue revolucionario-. Casting perfecto, Sam Neill, Jeff Goldblum y Laura Dern brillando en sus papeles, el tiranosaurio rex, los velociraptors, ¡el plano del vaso!, la increíble música de John Williams (para-ba pa-pa, para-ba pa-pa, para-ba pa-pa, para-bara-baaa). Una película de culto.
Más de dos décadas después, habiendo caído la franquicia en el olvido, el nuevo film tuvo un desafío enorme por delante. Lo más difícil, sorprender al público y mantenerlo interesado. Creo que lograron un balance muy interesante entre aquel clásico cine de aventuras y el usual tono de humor/parodia que tienen los revivals hoy día. El casting hace evidente esa decisión poniendo en el rol protagónico a Chris Pratt, que está claramente en un registro muy distinto al de Sam Neil, y a Bryce Dallas Howard que, aunque tiene un registro para el drama (claro, tampoco es Laura Dern) está siempre al borde de la sobreactuación. Es evidente que Owen y Claire son personajes arquetípicos, ¡son la clásica pareja del género de aventuras! Se odian, son incompatibles pero sabemos que terminarán juntos. Owen está en control y siempre atento a su entorno, Claire es impetuosa y soberbia y el hecho de que esté de tacos (hubo gente que se perdió el chiste y se indignó con esto) dice mucho del personaje y de esos elementos absurdos tan bien insertados en la trama.
El otro dúo protagónico es el de los hermanos, desde su punto de vista conocemos al parque en funcionamiento -así lo quiso Spielberg en la gestación del proyecto y fue la decisión acertada-, pero también re-descubrimos al parque original. La escena donde encienden una antorcha y recorren el edificio abandonado, cual cueva de las manos, es un lindo homenaje y le habla a las nuevas generaciones: sepan que Jurassic Park fue y es la posta. Como contrapunto de ese homenaje está Lowery, el personaje que interpreta Jake Johnson y que también es un esteretipo del nerd, un hardcore-fan del parque (de la película) original.
En ese juego de espejos vuelve a aparece el Dr. Henry Wu (y ahora en la secuela apunto de estrenarse, aparece Malcom, el personaje de Jeff Goldblum ¿un guiño a Jurassic Park: The lost world? los paralelismos parecen no tener fin).

Jurassic World logra ser un una secuela decente que reabre con mucha dignidad una saga que parecía extinta. Un homenaje respetuoso de la obra de Spielberg, evocador -a veces sutil, a veces obvio-, pero siempre en un tono liviano y entretenido, proponiendo un juego de espejos que no muere en la mera reproducción del film original (algo que sí pasó por ejemplo en "The force Awakens" que copió la estructura de "A new Hope" de manera alevosa). Pero por sobre todas las cosas, como decía antes, el nivel de autoparodia es el justo para que el espectador con dos dedos de frente puede reírse sin perder la tensión que tiene el conflicto principal. Es una fina línea que puede hacer desbarrancar muy fácilmente un film de este calibre ¿Ejemplos? Kong: Skull Island (2017) -por obvias razones suelo compararlas-. Aquella peli era una propuesta clase b, sosa y aburrida (¡pecado mortal!) que además no se tomaba en serio, y no en el buen sentido. Las miradas que cruza Samuel L. Jackson con Kong son uno de los momentos cinematográficos más absurdos que recuerdo de los últimos años.


En esta era del remake, claramente lo que factura en Hollywood son las franquicias, engordadas en precuelas, secuelas, spin offs. Muchas de estas películas viven sólo de la nostalgia, de la referencia al material original y no mucho más. Star Wars es el ejemplo más ostensible, pero pensemos en los universos de Alien, de Pixar, de Harry Potter (la secuela de Animales Fantásticos está a punto estrenarse), la lista es interminable. El mismo público ha cambiado la forma de consumir este cine; abunda el metalenguaje y la intertextualidad, la autoreferencia, los guiños constantes al espectador que casi rompen con la cuarta pared. La regla es construir siempre sobre obras que forman parte de la cultura popular y del inconsciente colectivo. Me pregunto ¿por qué no puede haber un nuevo fenómeno como Star Wars de 1977? ¿una nueva Jurassic Park? La respuesta es: no hace falta, son marcas que ya existen y que funcionan. Nulo riesgo artístico y muy pocas garantías de calidad. Hay intentos de generar nuevas franquicias, pero los clásicos han probado ser tanques imbatibles. Y mientras la vaca de leche, la van a seguir exprimiendo.



9 mar 2018

Cemento, el documental (2017)


CRÓNICA DESPUÉS DE VISIONAR "CEMENTO, EL DOCUMENTAL"
(Cine Gaumont, 01/02/2018)

A veces me dan ganas de hablar de la "contracultura".
Ciertas noches, como un loco, creo reconocerla. Incluso, en mi locura -y no sin cierta soberbia- intento explicarla. Es un concepto tan etéreo que parece imposible bajarlo hoy a tierra sin la existencia de un Cemento, que fue la materialización misma de todo eso hecho carne, sudor y movimiento, comunión y caos, todo contenido en una olla de presión que duró casi 20 años.
Yo me forjé en los noventas, con Mtv, el suplemento Sí, la Rock n Pop y, por supuesto, antros como Cemento. Mientras que con mi grupo de amigos íbamos a ver a La Renga o a Los Redondos, con mi hermano seguíamos de cerca cierta movida ligada al hardcore y al metal. Era normal ir a esos festivales solidarios que se hacían en Cemento y ver en una misma fecha bandas como Cabezones, Horcas, Catupecu Machu, Kapanga y Carajo.
En paralelo, el país vivía la nefasta e inolvidable fiesta menemista.
Anoche, viendo el documental de Cemento, vi tanto el homenaje a un espacio emblemático y símbolo de una época como una certera radiografía de los argentinos, de cómo forjamos nuestra identidad desde la herida, atravesando siempre cierto dolor. También anoche fui espejo de esa nostalgia infinita de los artistas que pasaron por allí, de su resignación. Cuando a Edu Schmidt de Arbol se le hace un nudo y se queda sin palabras, siento el nudo en mi garganta, sus lágrimas, en mis ojos. El recuerdo de Walas y Mollo y Daffunchio, y todos los demás, está teñido de esa resignación que viene acompañada del reclamo pero, además, de cierto aprendizaje. El final trágico de Omar Chaban y el estacionamiento que hoy ocupa el lugar de Cemento son hechos demasiado contundentes, se sienten como una batalla perdida. Pero si la historia es verdaderamente cíclica (¡debe serlo!) y la distancia que da el tiempo nos ayuda a entender(nos), entonces, no todo está perdido. Quizás la contracultura no se trate de ganar nada sino más bien de resistir (nada más y nada menos), la otra cara de la anestesia, de la frivolidad, de las modas, una fuerza primigenia y brutal que sobrevive en todos y cada uno de nosotros.
Ahora vivimos una época que será recordada en un futuro como una época oscura, estoy seguro de eso, de vaciamiento y de apatía generalizada. Sin embargo los refugios siguen existiendo. El cambio de consciencia es imparable. En definitiva, somos nosotros mismos los que garantizamos nuestra evolución como personas y como sociedad.
Cemento murió, es verdad. Pero acaso sus paredes míticas no sean otra cosa que eso: paredes, concreto desnudo y frío. Y las personas y artistas que hacían vibrar esas paredes siguen ahí, vibrando. 
Por eso a veces, como un loco, creo ver la llama que todavía no se extingue. Sobrevive con otra intensidad tal vez, pero estoy seguro de reconocerla, atomizada en casas y espacios de arte, en ciertos ciclos, ferias y festivales, en lugares como el Salón Pueyrredon o el teatro Mandril donde ese espíritu under es más que palpable. Y a mí me entran ganas de hablar de la “contracultura”. Después de todo, realmente no se necesita mucho más que cuatro paredes y una excusa para juntarse. Y a la gente despierta, furiosa, más viva que nunca.

Andrés Damonte